And as I looked up
into those eyes
His vision borrows mine.
And I know he's no stranger,
for I feel I've held him for all of time.
And he said take my hand,
Live while you can
Don't you see your dreams lie right in the palm of your hand?
His vision borrows mine.
And I know he's no stranger,
for I feel I've held him for all of time.
And he said take my hand,
Live while you can
Don't you see your dreams lie right in the palm of your hand?
- Ordinary day, Vanessa Carlton.
Lo complicado sería mantenerse con vida.
Mientras continuaban el camino hacia el antiguo cuartel de
la Legión, donde se había llevado a Eren Jaeger bajo custodia, Christine no
podía dejar de pensar en lo que el comandante Irvin había declarado en su
discurso.
“Los que deseen morir
de corazón por la humanidad, quédense. Los que deseen unirse a otra fuerza son
libres de irse ahora”.
Definitivamente, no iba a ser tarea fácil seguir viva,
aunque lucharía con todas sus fuerzas para conseguirlo.
El antiguo cuartel se trataba de una gran fortaleza, de
varias plantas y muros gruesos de piedra. Se habían instalado ahí a pesar de
los muchos años que llevaba en desuso para proteger a la gente del peligro que
supondría Eren si llegara a transformarse y a perder el control. Desde allí se
estaban llevando a cabo las operaciones estratégicas para cumplir con el
objetivo de llegar hasta el Distrito Shiganshina, donde se encontraba la casa
del chico titán.
En la entrada se encontraban esperándoles los oficiales Hanji
Zoe y Levi Ackerman, junto con sus subordinados.
Christine no los había visto nunca, pero eran conocidos en
todas las ciudades dentro de los muros como grandes héroes, al igual que el
comandante Irvin. Los nervios tras haber entrado en la Legión de Reconocimiento
empezaban a hacerse más notables conforme sus compañeros y ella desmontaban de
los caballos.
Sus ojos se toparon con los verde oliva del Capitán Levi,
provocando que algo dentro de ella se activara, como un resorte oculto,
impidiendo que apartara su mirada de él.
—¡Todos firmes! —ordenó el Capitán.
Los recién llegados ofrecieron el saludo militar a sus
superiores y mantuvieron el gesto mientras éstos se dispusieron a revisar las
filas. Hanji se acercaba muchísimo a ellos, con las gafas medio empañadas y
ofreciendo una sonrisa un poco sádica. A Christine le hizo gracia la
reacción de los observados, que contenían como podían las ganas de apartarse de
esa loca. Por su parte, Irvin se limitaba a pasear la mirada de uno en uno y
asintiendo.
La fila donde estaba Christine sería revisada por Levi, que
los miraba de arriba abajo con expresión seria y fría.
“Muy fría”, pensó
Christine.
Levi corregía los gestos que él consideraba oportunos, como
un pie no alineado con el otro, la espalda un poco arqueada, etc. y regañaba a
todo aquel que no llevara el uniforme correctamente. En su rostro se podía leer
que le irritaban todas estas incorrecciones.
Cuando llegó hasta ella, pudo comparar su altura con la de
él, más alto que ella por unos diez escasos centímetros. La miró las botas,
pulcras y brillantes, ya que ella misma se había encargado antes de partir de
limpiarlas y aplicarles el betún necesario. Después ascendió la vista analizando cada pliegue de su ropa,
comprobando que estuviera bien puesto e impoluto. Si algo exasperaba a Levi
eran las manchas. Afortunadamente para Christine, había sido precavida y había preparado
su uniforme el día antes, al igual que sus botas. Entonces sus ojos llegaron al
rostro de la chica, y ella pudo ver claramente su color, de un hermoso tono
verde con tintes grises que mostraban cierto brillo que para ella fue
indescifrable… ¿estaría satisfecho con el cuidado que ella había puesto en su
vestimenta?
Sin ninguna razón, el corazón de Christine se aceleró y un
calor ardiente acudió a sus mejillas. La seguía mirando a los ojos con la misma
expresión fría y calculadora. Parecía que quería leer su mente o algo parecido,
y la estaba poniendo nerviosa. Muy nerviosa.
“¡Deja de mirarme con
esa cara de asesino!” quiso gritarle. Pero mantuvo la seriedad a pesar de
que sus mejillas y sus orejas se verían bastante rojas en ese momento.
Él no pareció advertirlo, porque prosiguió la revisión
sin decir nada y sin cambiar su semblante, dejando a Christine en un mar de
dudas.
¿Qué había pasado? ¿Por qué la había mirado durante tanto
tiempo?
Intentó calmarse, y el hecho de que el Capitán se alejara
poco a poco de su lugar ayudó bastante. Había sido algo extraño.
“Quizás no se ha
parado tanto tiempo a mirarme y simplemente es lo que a mí me pareció, sin
más…” pensó. “Sí, debe ser eso”.
Pero aún así no se quitó de la cabeza que había visto algo
especial en los ojos del capitán, quien mantenía la expresión de estar enfadado
todo el tiempo, cuando en realidad estaba calmado. ¿Qué más cosas ocultaría
tras esa mirada congelada?
Unos días después, les ordenaron a todos limpiar la
fortaleza, que era muy grande y necesitaba que un gran número de personas se
encargaran de su mantenimiento.
Se distribuyó a los recién llegados en grupos, varios de
ellos supervisados por un subordinado del Capitán Levi. Ellos les encargaron
las tareas.
A Christine le mandaron limpiar las ventanas de la planta
más alta, unos grandes ventanales que no eran limpiados muy a menudo. Pero a
ella no le importó, pues no estaba sola, sino con una compañera que conocía
desde hace tiempo y con la que se llevaba muy bien. Su nombre era Moka, y era
una mujer alta y esbelta, de fuertes brazos y cabello corto y negro. Era una
soldado muy valiente y estaba decidida a acabar con todos los titanes.
Christine había limpiado ventanas así de grandes tantas
veces que no tardó en terminar su tarea. Se acercó al supervisor encargado de
su grupo en busca de una nueva orden.
—Por ahora todas las tareas están ocupadas. Habla con el Capitán
Levi y que él te encomiende la tarea que crea oportuna.
Y dicho esto el supervisor se dio la vuelta y siguió con sus
asuntos. No la había dicho donde encontrarlo, por lo que pensó que lo más
probable sería que estuviera en su despacho, pero si allí no estaba ¿dónde
debía ir?
Como no conocía los pasillos de la fortaleza, tuvo que
preguntar a varias personas hasta que por fin llegó a su destino.
Se quedó parada un momento, pensando qué le diría si le
encontraba ahí. Pero eso solo consiguió ponerla nerviosa.
Llamó a la puerta suavemente con un nudo en la garganta y,
al cabo de un segundo, escuchó del interior la voz del capitán:
—Adelante.
Ella tragó saliva y giró el pomo lentamente, empujando la
puerta y entrando en la habitación con cautela. No quería molestarle ni hacerle
enfadar.
El despacho era un lugar no muy grande, con un suelo de
madera oscura y decoración sencilla. A los lados había dos grandes estanterías
repletas de libros, algunos bastante antiguos, todo ello ordenado. Al final y
centrada, una amplia ventana tapada con unas cortinas beige iluminaba el
despacho con una intensidad suave que hacía más acogedora la habitación. Delante
se encontraba la mesa del despacho, repleta de papeles y con tres sillas; dos
delante y una de cara a la puerta, donde se encontraba el capitán revisando los
papeles.
El corazón de la chica dio un salto recordando su primer
encuentro. ¿La reconocería?
Él alzó la vista para ver quién era la persona que había
entrado y que no decía nada. Su expresión no varió en absoluto, pero cualquiera
que estuviera cerca de él hubiera dicho que pareció sorprenderse un poco al
verla en su puerta.
—¿Ocurre algo? —preguntó con voz grave e inquisitiva.
—E-esto yo… he terminado de limpiar las ventanas del piso
superior como se me ordenó. El supervisor me envió aquí para recibir nueva
orden… Ca-Capitán —respondió ella con cierto nerviosismo y realizando el saludo
militar como la habían enseñado.
En esta ocasión el Capitán Levi mostró en sus ojos un leve
destello de admiración. Era consciente de que aquellas ventanas eran las más
sucias del antiguo cuartel.
—Todas están cubiertas si no me equivoco —declaró.
Después de una pausa añadió—: Aunque puede hacerme un favor y
limpiar mi despacho.
Y de pronto su expresión se suavizó, como si se sintiera un
poco más relajado. Se quedó observándola esperando una respuesta.
Era una petición, no una orden, comprendió Christine… y
descubrió que para ella sería un placer hacerle el favor.
—De acuerdo.
Y dicho esto, él volvió a su trabajo y ella comenzó a
limpiar el cuarto con cuidado. Aunque lo hacía de buena gana, cualquier paso en
falso le costaría caro.
Así, la tarde transcurrió en el silencio, ocupado por el
sonido de los papeles en los que trabajaba el capitán, los objetos que ella
colocaba en su sitio y las respiraciones pausadas de ambos.
A pesar de que estar con el Capitán Levi en un mismo sitio
le pareciera imposible a Christine, la chica se relajó y se concentró en su
tarea, sin descuidarse en no hacer ruido que pudiera molestar a su superior.
Levi, que nunca se distraía lo más mínimo de su trabajo, no
pudo contener la curiosidad de observar a la chica limpiar sus estanterías y
sus libros, movido por su afán por la limpieza.
La había reconocido nada más verla en la puerta. Era una de
los recién llegados a la Legión de Reconocimiento, todos ellos con los uniformes
desgastados a pesar de que apenas los habían usado. Ella, sin embargo, le había
sorprendido gratamente hacía varios días, cuando llegaron al cuartel e hicieron
la revisión. Desde entonces, no había podido evitar fijarse en ella casi siempre que se cruzaban. No cabía duda de que era una chica muy pulcra y
meticulosa.
Y eso, debía admitir que le gustaba.
Contempló sus blancas y delicadas manos moverse con soltura
entre pasada y pasada del paño con el que quitaba el polvo de los estantes, y
ordenando sus objetos y sus libros. De vez en cuando carraspeaba para atraer su
atención —aunque
la mitad de las veces ella ni se enterara— o se ponía a mirar por la
ventana.
Le era difícil concentrarse mientras alguien que no era él
se ocupaba de quitar la suciedad de su despacho. Estuvo a punto de echarla,
pero algo le impedía hacerlo. Quizás el hecho de que él mismo se lo pidiera le
hacía sentirse mal si la interrumpía antes de que terminara. Y además lo
hacía bien.
No tenía excusa.
Cuando se acercaba el atardecer, Christine terminó por
completo. Se quedó un minuto contemplando su obra… había quedado impecable.
Cuando se giró al capitán, le sorprendió encontrarse con que él la estaba
mirando fijamente. Aunque era difícil, pudo percibir en su rostro curiosidad,
aprobación y ¿molestia?
“¿Habré hecho algo
mal?”, pensó.
—Tu nombre.
Los músculos de la chica se tensaron al escuchar de pronto
su voz, después de haber pasado la tarde en silencio.
—Christine.
—¿Apellido?
Ella dudó un momento.
—M-mis padres murieron cuando era muy pequeña, por lo que no
recuerdo nuestro apellido. Toda mi vida he vivido en un orfanato y… bueno,
adopté el apellido de un niño que murió allí… es…
—De acuerdo, con Christine basta —dijo levantándose bruscamente
con cierto fastidio—. Te agradezco el esfuerzo, Christine.
Ella se dio cuenta de que de repente la había comenzado a
tratar de tú, aunque era consciente de que ella, como subordinada, debía seguir
tratándole con el máximo respeto. Sin querer, el rostro de Christine se iluminó.
—Puedes irte a descansar. No te retrases en la cena —añadió
él, volviendo a sentarse y a coger los papeles.
Ella giró sobre sus talones y, en un acto inconsciente y
espontáneo, dejó al lado los formalismos y dijo mientras abría la puerta:
—Gracias a ti por dejar que lo hiciera a pesar de que te
molestara no hacerlo tú.
Por primera vez, Levi no pudo ocultar su sorpresa tras su
máscara y se quedó paralizado, con los ojos muy abiertos, ante la muestra de
afecto de la chica y en la suavidad de sus palabras.
Christine se giró un momento hacia él para ver su expresión
y, al verle tan asombrado, no pudo evitar dedicarle una dulce sonrisa.
A Levi aquella cercanía le resultó agradable.
Cuando ella salió del despacho, le costó un poco volver al
anterior silencio. Notaba una extraña calidez en su pecho, que recorría su cuerpo
desde los pies hasta la punta de las orejas.
La sonrisa de aquella
chica se le aparecía en cada momento.
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